La emperatriz del Jazz

La empeñada costumbre de pasar por un lugar y marcharse sin novedad a veces llega a su fin. A mí me pasó. Fue en una barra de una taberna de barrio, entre botellas de vino que cuelgan del techo y paredes centenarias de madera de roble.  “El Jardín de Baco”, se llama. Y, de fondo, una película de Charles Bronson. Tras la barra, Miguel, el camarero, que me sirve una cerveza antes de que yo se la pida. ¡Bendita España y benditos los que la hacen tan íntima! Comenzó la conversación con él genuinamente: la familia, el trabajo, la situación política y social. Nada que no estuviera a la orden del día. Le pregunto que si ha traído “piparras” del País Vasco. Me dice que sí, que este año han salido muy buenas. Y una mujer, a mi izquierda, interrumpe la conversación. Me cuenta que un familiar suyo iba a tierras vascas. Y comentamos algunos de los manjares de aquella zona. Tras hablar un rato, inesperadamente ella me habla de su marido. Me dice que murió hace unos años y que le encantaba el Jazz. En ese momento yo fui quien la interrumpí. ¿Jazz, de veras?, le pregunté. Había gustos parecidos y discrepancias en otros. La atmosfera se concentraba en hablar de música. Y ya saben lo que pasa cuando se habla de eso. Víctor Hugo lo supo describir perfectamente: “la música expresa lo que no puede ser dicho y aquello sobre lo que es imposible permanecer en silencio”. Un par de cervezas más y unos minutos después, la mujer vuelve a hablarme de su marido. Me cuenta que él trabajó en la radio muchos años. Le pregunto sobre ello, y sobre quién era su marido. Sin esperarlo, me había topado con Juan Claudio Cifuentes. Bueno, no con él, sino, más bien, con su mujer, aunque, tal y como hablaba de su marido, era como si me hubiese encontrado con Cifu. Así es como le llamábamos todos. “Increíble, pero verdad”, como se suele decir. Y yo, contentísimo. ¡Qué auténtico honor! Ella me dijo que le gusta que la llamen Isa. Pelo rubio, gafas y una sonrisa deslumbrante. Le pedí una foto y, fiel a la elegancia de su generación, me la rechazó. No porque no quisiera, sino porque no estaba peinada a su gusto. No voy a negar que me hubiese gustado tener una foto con la mujer de uno de mis admirados melómanos radiofónicos favoritos, pero preferí seguir escuchando. Isa me contó cómo conoció a Cifu, y yo le conté cómo le conocí él. En realidad, le dije que nunca tuve la suerte de estrecharle la mano, pero que sí conocí su voz, sus anécdotas y su amor por esta música sincopada, el jazz, que nos regaló en la radio. Fue inevitable recordarle a Isa las palabras de su marido, “un programa de Jazz para ti que te gusta el Jazz”. Isa estaba feliz, sonriente, con los ojos llorosos, recordando a Cifu. Me enseñó fotografías de él, y de él con sus hijas, y de él con ella. Todo muy bello. La vida misma. Me contó que ella fue cantante y me mostró videos cuando participaba en TVE. ¡Cantaba increíblemente bien! Aunque, a decir verdad, se mantenía humilde a contar aquella historia. Prefería hablarme de Cifu. No le quería quitar protagonismo. Le dije que no tenía que decir eso, que es verdad que Cifu fue un grande entre los grandes, pero que detrás de un Emperador siempre hay una gran Emperatriz. Y que quizá, Cifu, nunca llegaría a convertirse en lo que fue, si no hubiese sido por ella. Isa me sonrió de nuevo, pero, esta vez, calladamente, y me siguió enseñando fotos de toda una vida de luz y de música. Sobre todo, de música. Después de un largo rato charlando y conociendo más sobre su historia, esa que solo quedará guardada en las páginas de mi diario, Miguel, el camarero, me trajo una botella de vino. “CifuJazz”, ponía en la etiqueta. Me quedé alucinado. Todo se queda en familia. In vino veritas. Nunca mejor dicho. Al parecer, esa taberna, el “Jardín de Baco”, fue especial para Isa y Cifu. Acudían juntos cuando éste todavía vivía. Ellos han sido siempre de mi barrio. Vecinos míos. Y yo sin saberlo. Casualidades. Aquel día Isa se despidió de mí con un abrazo. Y yo lo recibí encantado. “Hasta la próxima”, nos dijimos. ¡Cómo no, querida Isa!, me digo ahora. Supongo que este encuentro tuvo que ser así. Inesperado. Mágico. No conocí al hombre que más sabía de Jazz en España, a Cifu, pero sí puedo decir que conocí a su mujer, a la verdadera Emperatriz del Jazz. Sinceramente, me alegro de que haya sido así. Jamás olvidaré las palabras que Isa, sin ella pronunciarlas, me estaba diciendo con su mirada mientras se despedía: disfruta y crece, que la vida, como el Jazz, es una aventura sin final, hasta el final.

A la memoria de Juan Claudio Cifuentes, y con mi aprecio absoluto a su mujer.

Siempre he tenido muy presente que la vida es una suma de tres grandes principios que, al igual que Platón, representan la fuente de creación más grande de la humanidad: la pasión, el deseo y el alma. Todo lo que se hace y se dice en el arte es un reflejo claro, extenso y único sobre lo que fuimos, somos y seremos.

1 thought on “La emperatriz del Jazz”

  1. Mil gracias Nacho por este relato tan bonito. Me lo contó mi madre el otro día y mira que es casualidad que no hayas coincidido en vida con mi padre que siempre tomaban su aperitivo en el Jardín de Baco.
    Espero conocerte cuando vaya por allí, en Navidades siempre hacemos visita y el Jardín de Baco es nuestro sitio de reunión. Besos con swing de la pequeña de las Cifuentes.

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