Amistad y naturaleza

Con las primeras luces del amanecer se podían sentir las gotas del rocío de la noche sobre la hierba. La ilusión de recorrer el camino sobresalía de una manera tan inocente, que el sueño fue imposible de conciliar. En efecto, al alba me levanté con un salto del camastro, yendo raudo y veloz en busca de un sustancioso desayuno para preparar la jornada de marcha.

El nuevo día nos deparaba una travesía hermosa y repleta de alegres recuerdos. Como si de uno de los viajes del montaraz fuere, nos emplazamos al sendero tres entusiastas de la naturaleza, de las montañas y riachuelos, arboledas y bosques de ensueño. Íbamos dispuestos, con la panza llena y las fuerzas intactas. Presta la compañía, comenzamos a sentir los graznidos de las ramas y piedras ante nuestros pasos. Nos hallábamos contentos, riendo, contemplando la belleza del entorno en el que nos vimos calentados por la luz de un sol familiar. El día era nuestro. Según avanzábamos por las rutas de la serranía, los sentimientos de paz y sosiego se asentaban sobre nosotros y con nosotros. Nuestras mentes despejadas, los cuerpos firmes, y el espíritu consolado por la vista que nos ofrecía el risco ante nuestros pies. La compañía era singular, pues íbamos acompañados de un risueño cánido, si bien pequeño, rebosaba coraje y continuo ánimo. Nos daba aliento y también nos inspiraba felicidad.

Había instantes en que el silencio era el único protagonista. Pero no era por pesar o desánimo, sino por reflexión y reencuentro con nuestros yos. Íbamos con paso firme en ascenso hacia el pico al que nos decidimos a ir, era nuestra misión. Pero no por ello, resultaba en absoluto una carga, sino todo un regalo que nos dábamos. El aire entrando en nuestros renovados pulmones, con esforzado marchar a través de la roca viva, resiliente avance y estoico ánimo. Más parecía una compañía militar que una incursión de buena mañana por la colorida montaña atravesando uno de los más bellos paisajes de la vieja “Castilla”. Sin embargo, de algún modo quisimos darnos el privilegio de la satisfacción tras la brava subida sin dejar de vislumbrar nuestra atalaya.

A medida que nos acercábamos al afamado pico, los rostros de nuestra compañía se iban relajando, y nuestros ojos se llenaban de preciosas imágenes allá a dónde mirásemos. A un lado, la majestuosa Segovia, y al otro, a lo lejos en el horizonte, la Capital del Reino, “Madrid”. Las anécdotas de otro tiempo eran contadas una tras otra, al tiempo que arribamos a la cima. La reconfortante sensación de completar el cometido que nos fijamos al salir del sol había sido culminado. Nos tomamos la libertad de ingerir unas cuantas viandas que llevábamos en el zurrón y tomar un trago de agua para apagar la sed del gaznate. Con la vista puesta en las bellas tierras de la “Sierra de Guadarrama”, el aliento fue recobrado para disponernos a regresar a la base la montaña. Ya con las energías renovadas, el descenso resultaba sencillo, más la estampa del camino seguía siendo ciertamente entrañable y hermosa. Al pasar el tiempo, comenzamos a atisbar los característicos prados por dónde el ganado vacuno pastaba a sus anchas, rodeados de total naturaleza y eso, amigos míos, significa belleza. La belleza que salva el mundo y las almas de los hombres.

Alusión vital de Don “Félix rodríguez de la Fuente”, ilustre naturalista y amante del medio y los animales. Maestro de sociedad.

Sin lugar a dudas, y una vez cumplida nuestra empresa, los tres integrantes de la compañía coincidimos en que nuestros estómagos precisaban ser saciados. Esta labor no requería esfuerzo alguno, pues no tardamos en tomar asiento en un banco de vetusta madera, junto a un hospicio muy acogedor. Ya con el nuevo estocaje en nuestras fauces, el banquete dio comienzo con el bocado de rica carne deshuesada, acompañada de buen queso, la socorrida tortilla de patatas, pan de la tahona, y el manjar que más gozo puede ofrecer, un suculento cuenco de caliente caldo de cocido. Con la jornada de camino concluida, nos hallábamos contentos, plenos y llenos de júbilo, pues teníamos todo lo que un maese español pudiera desear. Así, emprendimos el viaje de vuelta a casa, disfrutando de las mieles de la ruta labrada y celebrando el campo conquistado, mientras escuchábamos el sonido del viento y los árboles a nuestro alrededor.

Esta es pues, la pequeña gran historia que compartimos tres amigos desde que éramos mozos, con la forjada hermandad de la fraternidad común. Quedan así estas palabras grabadas a modo de recuerdo por las gestas compartidas y en agradecimiento a los amigos de siempre, Rubén y Héctor.

Permítanme concluir con un pensamiento, un aliento para nuestras vidas. Hay que salir ahí fuera, exprimir el regalo vital de la existencia . No tenemos por qué vivir con miedo, hemos de ser valientes, vivir por los demás y por nosotros, ser dueños de nuestras vidas. Hemos de repetirnos como un credo: “Demuestra lo que vales y consigue lo que mereces. Aguanta sin dejar de avanzar. No tengas miedo, no estás sólo. Lucha y sigue adelante con tu labor, se honorable. Gánate el honor, hazte digno de que te llamen honrado. Aprende de tus errores, eso vale oro puro. Levántate tras la caída. Ten fe en lo que puedes ser. Intentarlo no hará daño. No dejes que nadie te diga que no puedes hacer algo. Cuida con mimo tus allegados, es de las pocas cosas que valen la pena, cuida de tu familia y cuida de ti mismo. Esta es la base de una vida plena y respetable”.

Jaime Caballero Álvarez

Jaime Caballero Álvarez

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Por mínima que pueda parecer la esperanza, siempre debemos aferrarnos a esta herramienta de vida. En busca de la felicidad, con esmero y constante combate, me presento para compartir y recibir aprendizaje. Un abrazo fraterno a todos aquellos que pasen y, espero, disfruten de Quinqué y Tintero.

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