Después de muchos años admirando la figura y obra de Leonardo Da Vinci, he querido dedicarle, a modo de reflexión, unas líneas. Sobre todo, para revindicar la excelencia del hombre en un mundo que, de un tiempo a esta parte, tiende a quedarse en la complacencia. Creo, por tanto, que una buena manera de hacerlo es hablándoles de una de sus obras.
Leonardo, en sus diarios de trabajo, realizó una representación de una figura masculina desnuda en dos posiciones superpuestas de brazos y piernas, alojadas en una circunferencia y un cuadrado. Se trataba del Hombre de Vitruvio, que, teniendo en cuenta las fuentes fehacientes, data de 1490.
Tras muchos libros leídos y ríos de tinta vertidos en mis cuadernos de notas, he entendido que si queremos apreciar esta excelso dibujo, debemos analizarlo desde dos puntos de vista, el compositivo y el narrativo.
Misterio e Identidad
Aparentemente, el dibujo está encuadrado en una hoja de cuaderno con un tamaño de 34,4 cm x 25,5 cm, realizado a pluma y tinta sobre papel. Y muestra al “hombre perfecto”, a través de la simetría utilizada en la arquitectura y las matemáticas. Sin embargo, a medida que nos adentramos en su estudio, observamos que toda composición tiene un porqué.
Esta obra podría ser un ejemplo que resalta la polimatía de Leonardo (14 ramas del saber). Sin embargo, a pesar de que en muchas ocasiones fuese inventor, otras veces no. Una de ellas es esta. Francesco di Giorgio Martini, representó al “hombre perfecto” diez años antes que Leonardo, en 1480. Pero, no todo acaba ahí.
Siempre me había preguntado por la procedencia del título de esta obra, pero jamás me imaginé que Leonardo la bautizaría con el nombre de uno de los padres de la arquitectura, Marco Vitruvio Polión, un arquitecto del siglo I a.C. que trabajó a las órdenes del mismísimo Julio César. Vitruvio fue el que, siglos antes, había establecido las primeras proporciones del hombre, basándose en sus conocimientos de arquitectura. Esto explica que Leonardo modificó, y no inventó, las proporciones del “hombre perfecto”.
Da Vinci dibuja a un hombre siguiendo los cánones del ad quadratum y ad circulum (el cuadrado y el círculo), dos figuras geométricas que constituyen el núcleo de este misterio o problema.
Existen dos ejes del cuerpo:
El primero, el ombligo, punto central desde donde se traza, con un compás, un círculo en el que los brazos y las piernas podrían tocar sin deformarse.
El segundo, los genitales, siendo el eje central del cuadrado, que respeta los cánones del cuerpo humano, ofreciendo hasta 16 posiciones distintas.
Nuestro autor utilizaba la escritura especular, un método que consistía en utilizar un trazado en la dirección opuesta a la que se usaba normalmente, con el objetivo de confundir a quien lo leía. En esta obra Leonardo lo utiliza. Todas las notas que aparecen en los márgenes están escritas en escritura especular. El porqué, nadie lo sabe. En cualquier caso, está claro que era un signo distintivo de las obras de Leonardo, su seña de identidad y un misterio que él solamente conocía.
Leonardo había resuelto el problema, aquel por el que se desveló noches enteras y regaló los días de sol para resolver este enigma. Lo llamó la Cuadratura del Círculo.
La imperfección más perfecta
El Hombre de Vitruvio representa un canon de perfección. Un problema matemático exacto y perfecto. Pero, acaso, ¿Nos dice algo sobre lo que somos? ¿Cuál es su propósito? ¿Cuál es su finalidad? ¿Qué historia cuenta?
Leonardo, tras muchos años de investigación, acabó su problema en 1504:
‘La mañana de… La noche de San Andrés di con la Cuadratura del Círculo. Tocaba a su fin la candela. Y, también, la noche y el papel en el que escribía. Al finalizar la hora, quedó concluido.
(Códice, Madrid II, Fol 112r, Leonardo da Vinci).
Es curioso que Leonardo se confundiera al inicio de la frase. Resuelve un problema sobre la perfección y se equivoca al iniciar el relato (las tres primeras palabras están tachadas).
Quería dar fin a mi relato de esta manera porque nos acerca al postulado de que nadie es perfecto. Seamos Marco Vitruvio o el propio Leonardo da Vinci, no somos perfectos. De hecho, Leonardo fue un fracasado toda su vida y fue en Francia, durante sus últimos años de vida, donde tuvo el reconocimiento que se merecía.
Haciendo una similitud con la perfección del Hombre de Vitruvio, me es inevitable pensar que existe cierta complejidad a la hora de catalogar si algo es o no perfecto. Pues depende del punto de vista del que se mire. La Venus de Willenford, tallada hace 30.000 años, el cuadro de “Las Tres Gracias” de Rubens o, incluso, la “Venus recreándose en la música”, con personas entradas en carnes, son algunos ejemplos que albergan un extenso debate sobre el misterio de la perfección. Principalmente, porque confluye con los cánones de la belleza, que, a su vez, también es subjetiva.
Es por ello que, según mis investigaciones, la prueba de que no existe el “hombre perfecto” se encuentra en la propia humanidad de Leonardo. ¿Cómo es posible esto? Pues bien, él fue quien modificó las proporciones de Marco Vitruvio a su gusto, añadiendo sus propias reglas, cambiando la supuesta perfección que se conocía siglos atrás.
Hay algo que no se puede negar, y es la gran aportación que ha significado para el mundo este simple dibujo, encontrado en unos apuntes que llevaba consigo el nacido en Vinci. Significó un antes y un después en el Renacimiento, arrojando luz sobre esa etapa oscura, como es la Edad Media, y el triunfo de la ciencia sobre la sinrazón o, incluso, la religión fundamentalista, auspiciada por aquellos que pertenecían al poderoso clero.
Quiero dejar claro que yo soy católico, pero nunca he estado a favor de la imposición de ideas sin fundamento. Más bien, al contrario.
Leonardo no es perfecto, yo no soy perfecto, nadie es perfecto. Sin embargo, a través de un papel se puede representar la perfección más imperfecta. La fotografía puede ser perfecta, la pintura, las matemáticas, el arte… pueden ser perfectas. Kafka lo escribía en su Metamorfosis: “cuando nos separamos del cuerpo humano para convertirnos en otra cosa, dejamos de ser lo que somos. Dejamos de ser perfectos dentro de nuestra imperfección”.
Millones de artistas a lo largo de la historia han utilizado el cuerpo humano como referencia para crear sus obras y, también, como fuente de inspiración para desarrollar cualquier disciplina. Recuerdo las alucinantes representaciones pictóricas a través de la fotografía de James Hall; la pintura sensual e impresionista de Eric Wallis; el realismo de los desnudos carnales y tan explícitos de Riccardo Mannelli; los retratos de vulnerables hombres desnudos por Laura Stevens; la pintura erótica de Carlos Barahona Possollo; la poética del desnudo de Luois Papadopoulus; la fotografía de Anne Barlinckhoof; y las camaleónicas pinturas sobre el cuerpo de Emma Hack o Lauren Renner.
Todas ellas, tal como lo hacía Leonardo da Vinci con la escritura especular, invitan a escribir sobre cuerpos desnudos para dar un mensaje universal, vengamos de donde vengamos. Un mensaje que es para todos, sin excepción.
Creo, por tanto, que el Hombre de Vitruvio de Leonardo Da Vinci representa aquello que no es perfecto en la tierra, pero que sí lo es ante nuestros sentidos en otra realidad. En este caso, la de un dibujo.
Es, desde mi punto de vista, la escultura más perfecta, de esta realidad imperfecta, llamada cuerpo humano.
Como diría Dalí, no hemos de temer el hecho de ser perfectos porque siempre estará fuera de nuestro alcance. En otras palabras, nadie debería creerse perfecto o intentar su consecución, ni siquiera preocuparse demasiado por el hecho de no serlo. Como tantas otras cosas, está fuera de nuestras posibilidades.