El Buen Pastor

Había un hombre con talante serio, de robusta impronta y altiva presencia. Ese hombre dedicaba su vida a una incansable lucha por ser humanamente mejor, no mejor que los demás, ansiaba ser mejor que él mismo. Con su ejemplo diario y cotidiano marcaba el buen camino para otros, para allegados y para los que no lo eran, siguiendo una ética férrea de trabajo, dedicación y constancia. 

Su historia venía de tiempo atrás, con origen en tierras otrora cuna de grandes hombres, Extremadura y Castilla la Nueva, de familia humilde, pero ducha en la superación. Le tocó ocupar el lugar de vanguardia desde que era un chiquillo, pues era el primero de cuatro hijos. Ayudaba a sus queridos padres, él, maestro, y ella, fuerte madre al cuidado de la estirpe. Con los años, ese niño se tornó en joven gallardo, resiliente y de bravo temple, con afición a las artes del deporte y el gran invento del fútbol. Paso a paso, el joven novel se fue conformando en hombre, hombre de bien, infatigable, versado en la interminable voluntad de resistir, sin olvidar los principios que una vez le forjaron, y que le seguirían guiando en el porvenir del sendero. 

Pasados unos años, el hombre halló el significado del trabajo, de las implicaciones de la labor, sin importar las inclemencias ni obstáculos, sin dormir si fuere preciso. Esas vivencias aceptadas cimentaron fuertes semillas para su devenir próximo. Desde las tierras y pueblos que le vieron crecer, el que fuera un niño volvió como hombre, ungido en la disciplina, pero, también, en la empatía hacia sus semejantes y el valor de la persistencia. Al tiempo, el hombre conoció a la que sería su mujer, madre de los tres hijos engendrados, y acompañante en el surcar del mar fluctuante de la vivencia humana. Ya como marido y padre, nuestro protagonista, al igual que el afamado Máximo, de la obra cinematográfica “Gladiator”, iba construyendo su camino en torno al más alto sentido del sacrificio, la continua edificación de su ser y la dignificación de las pequeñas grandes cosas. El mimo para con su familia, el tesón de un yunque al aguantar el martilleo, una mezcolanza de humanidad e ideal caballeresco y la ejemplificación de lo que supone hacerse dueño de las propias decisiones.

El ya padre de la que sería una gran familia, iba avanzando en la ruta que se iba abriendo a su paso, superando adversidades y obteniendo nuevos logros, mas logros fundados en una fuerte convicción de lo que debe ser importante en el vivir del hombre, gratificación mediante la virtud como pendón y estandarte.

Tras la batalla de Maratón (490 a.C) que concluyó la I Guerra Médica de griegos contra persas, Grecia decidió enviar a un mensajero corriendo desde Maratón hasta Atenas recorriendo 42 kilómetros sin parar.
El joven muchacho, llamado Filípides, llegó a Atenas exhausto, gritó Naiki -Naiki (Nike – Diosa de la Victoria) asegurándose de que le oyeran las máximas personas posibles y cayó muerto de un infarto
.

Sus profundos principios y marcada honradez se alineaban junto con su figura, de fuerte complexión y singular mostacho. Recordaba a los viejos Maestres de Campo de los Tercios españoles. Sus hechos y acciones eran los que hablaban por él. Receloso de la arrogancia y amigo de la prudencia, dirigía el sudor de su frente y la sangre que regaba sus venas, al cuidado de los demás. Al principio, ostentaba puestos de ardua pero digna tarea, entre grasa y trozos de hierro, entre acero y carbón en la Villa de Alcázar de San Juan.

Como aquellos marinos de nuestra tierra que dominaron un mundo, el hombre aguardaba sin cejar en su afán de superación, sin perder de vista su cometido, con el agradable pensamiento de encontrar tierra, tierra en forma de digno porvenir. 

El pasar de los años le fue haciendo más sabio, más reservado en buena lid, pero, como una montaña, soportó el paso del tiempo y el incesante azote del viento y la lluvia. El ya veterano mosén, pues se había ganado tal consideración, irradiaba un aura de inspiración, enseñanza, altar de sagacidad.

Ya fuere en su exigente profesión o en su vida intramuros, este hombre era conocido por todas las virtudes ya enunciadas, pero, por encima de todo, era conocido por su amor hacia su familia, un “páter familias” en todo su haber, espejo incorruptible en el que mirarse. Escudo de Lepanto, Espada de Pelayo y alma de Caballero. 

Con este compendio literario desde el corazón, se te hacen honores y ofrece la gracia por haber sido y seguir siendo la proa del navío, cabeza de familia y marido y padre sin igual. A ti, Eufemio, te damos gracias por tu regio, pero entrañable ser.

Jaime Caballero Álvarez

Jaime Caballero Álvarez

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Por mínima que pueda parecer la esperanza, siempre debemos aferrarnos a esta herramienta de vida. En busca de la felicidad, con esmero y constante combate, me presento para compartir y recibir aprendizaje. Un abrazo fraterno a todos aquellos que pasen y, espero, disfruten de Quinqué y Tintero.

2 thoughts on “El Buen Pastor”

  1. Esa figura, la del Buen Pastor, cobra mayor fuerza e importancia en tiempos difíciles que curten a hombres duros cuando su cuerpo se torna en barricada para, con reciedumbre, soportar los golpes de la vida, esos que intentan derrotar nuestras almas.

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