J. R. R. Tolkien: un vínculo, una enseñanza vital

Le aseguro, querido lector, que he leído mucho sobre la figura de John Ronald Reuel Tolkien y el mundo que creó, pero, a decir verdad, le confieso que, hasta ahora, no había sido capaz de escribir sobre él.

Quizá por no romper el sentido y el sentimiento que guardo con devoción a su obra y a su legado. O, tal vez, por no perder la ilusión sobre mi lectura constante y el pasatiempo que fue durante parte de mi infancia. O puede que no lo hiciera por no perder la esencia a la que mi razón sucumbe cuando la pasión y la fantasía se entremezclan al leer el gran viaje que escribió en vida.

Sin embargo, pensándolo bien, creo que es un buen momento para dar el paso, aprovechando la ocasión del ilusionante sendero que, junto a mis queridos amigos y uno de mis dos hermanos, he comenzado.

Espero estar a la altura.

Un vínculo

Mi amistad con el mundo creado por Tolkien, aunque yo era pequeño, fue totalmente “inesperada”. Mi hermano Rodrigo, el mayor de los tres, trajo a casa la trilogía: La Comunidad del Anillo, Las Dos Torres y El Retorno del Rey.  La edición era de Minotauro, junto con una colaboración de Planeta de Agostini. Tenía, y tiene, su encanto: tapa negra y dibujos del gran ilustrador Alan Lee. Yo sabía que mi hermano los guardaba en su habitación y no les quitaba el ojo, pero, con apenas 8 años, la curiosidad innata de mi niñez se apoderó de mí. Cogí el primer libro, abrí su cubierta, leí su prólogo y quedé prendado del ensueño en el que me había adentrado.

Cubierta del libro ” La Comunidad del Anillo”, en una colaboración entre las editoriales Planeta de Agostni y Minotauro. J. R. R. Tolkien. 29 de julio de 1954.

Tolkien, en las primeras páginas, me hablaba a mí. Directamente. Sin intermediarios. Descubrí, entonces, el gran arte de la hierba para pipa; conocí a los hobbits, criaturas más bajas que nosotros, pero que encajaban a la perfección con nuestros deseos y preocupaciones diarias; aprendí el orden geográfico de las cuatro Cuadernas y de La Comarca, lugar natal de los medianos…

Había pasado horas leyendo largo y tendido.  Sin importarme la sucesión del tiempo en aquella infancia a la que tanto añoro. Desde aquel día no he olvidado un fragmento que, a pesar de ser conocido por muchos, escondía enseñanzas que hice como propias.

“Tres anillos para los Reyes Elfos bajo el cielo. Siete para los Señores Enanos en casas de piedra. Nueve para los Hombres Mortales condenados a morir. Uno para el Señor Oscuro. Un Anillo para gobernarlos a todos. Un anillo para encontrarlos. Un Anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas en la Tierra de Mordor donde se extienden las Sombras”.

Sabía que, en cada palabra, en cada coma y en cada punto, se guardaba un porqué, pero, quizá, era demasiado pequeño para entenderlo.

Sin embargo, “ahora lo entiendo”.

Tolkien me enseñó, tan solo leyendo el prólogo, la idea maniquea milenaria que acabaría convirtiéndose en la gran lección de mi vida.

Pero no fue la única…

Una enseñanza vital

El profesor me ayudó a ponerle Mayúsculas a las cosas sencillas de la vida; Pasión y Respeto por el sabio; Honor y Gloria por los vencidos y los vencedores; Navegar hacia las Estrellas a través de las Dificultades (Ad astra per aspera); encontrarnos con nosotros mismos mediante el Perdón y el Amor a Dios; y, sobre todo, tener siempre Esperanza.

Así, de página en página, recibí todo tipo de enseñanzas, ampliando el abanico de posibilidades que tal excelsa obra me estaba regalando. Y, desde ese momento, siempre quise aprender más. Aprovechaba cada cumpleaños o la llegada de la Navidad para poder adquirir todo lo que tuviera que ver con La Tierra Media, desde figuras en miniatura, pasando por cuadros e ilustraciones, hasta completar lentamente mi estantería con todos los libros que el profesor de Oxford publicó en vida, e, incluso, los que fueron publicados después de su muerte por su hijo, y mejor albacea, Cristopher Tolkien.

Cualquier circunstancia valía la pena con tal de ampliar mi conocimiento sobre el mundo que creó y, también, mi imaginación, que, gracias a él, siempre será infinita.

Ilustración de John Ronald Reuel Tolkien, en lo que parece ser la casa de un Hobbit.

A lo largo de mis veintitrés años de vida he tenido la suerte de poder disfrutar de tan ilustre escritor. El que luchó por mantener viva la trascendencia del hombre. El que supo ensalzar y defender la Fe hacia Dios como principio de todas las cosas. El que había creado la mayor obra de literatura, equiparable, tan solo, a la de Miguel de Cervantes. Y, lo más importante, el que supo aferrarse a unos ideales coherentes y correctos.

John Ronald Reuel Tolkien es parte de mi vida y, también, es mi padre literario, por ser el creador de un mundo complejo y repleto de enigmas, narrador de una historia capaz de navegar a través del ingenio y la fantasía, pero, sobre todo, por ser quien despertó en mí una pasión, la escritura, que me acompañará hasta el día de mi muerte.

Él fue un gran impulso diario para seguir adelante, el recuerdo de muchos momentos de mi infancia, el diálogo con mi “yo” interior y, por supuesto, quien me enseñó que por muchas sombras inciertas e injustas que nos surgen en el camino siempre son vencidas por la luz que irradiamos los valientes.

Sé que, desde las “Estancias Imperecederas”, me das fuerzas y, con plenitud y gracia, me esperas junto a Dios.

Hantale , amigo.

Ignacio Eufemio Caballero Álvarez

Ignacio Eufemio Caballero Álvarez

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Siempre he tenido muy presente que la vida es una suma de tres grandes principios que, al igual que Platón, representan la fuente de creación más grande de la humanidad: la pasión, el deseo y el alma. Todo lo que se hace y se dice en el arte es un reflejo claro, extenso y único sobre lo que fuimos, somos y seremos.

3 thoughts on “J. R. R. Tolkien: un vínculo, una enseñanza vital”

  1. Que decir
    Sin palabras me he quedado.
    Deseando, que llegue el siguiente lunes, para poder leer más, de lo que sale de tu pluma y mente
    Gracias por devolvernos la ilusión, de esta impaciencia, por saber que nos deparará el siguiente lunes

  2. Profundo e inspirador. Tolkien y su literatura no merecen más que letras y renglones que alaben su mundo literario, su creatividad, su originalidad, y el aspecto humano de, tal vez, uno de los más grandes escritores de la Historia.

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